A más de alguien debe haber sorprendido el que
una Presidenta Socialista exitosa de paso a un presidente de derecha que
gobernará con muchos de los que apoyaron al gobierno de Pinochet.
La contradicción es solo aparente, en realidad en
Chile desde que se abrió paso al régimen que sucedió a la dictadura, dos
coaliciones, la de derecha y la “Concertación por la Democracia”, alianza entre
la Democracia Cristiana dos partidos de corte socialdemócrata y el Partido
Socialista de Chile que copa el espacio político de la centro derecha y la
centro izquierda, se han puesto de acuerdo en al menos dos cosas fundamentales:
no tocar el modelo económico neoliberal dejado por la dictadura y no cambiar
sustancialmente el régimen electoral binominal que les garantiza una cuasi
paridad, se necesita, entonces para cualquier iniciativa política importante de
acuerdos, y así han estado manejando el sistema en una especie de cogobierno
informal durante 20 años en una “democracia de acuerdos”, pero excluyente de
todas las minorías. Y es muy probable que esto siga en una suerte de
intercambio que se parece bastante a la teoría de Wilfredo Pareto acerca de la
circulación de las élites.
La astucia de la “Concertación” actual
alianza gobernante de empoderarse del modelo neoliberal y del régimen político
dejado por la dictadura ha terminado. El degaste, la corrupción y
una hábil campaña de la derecha la han desbancado. Una determinada gestión
junto a un estilo de hacer política de los partidos integrantes de la
“concertación” ya había concitado un enorme malestar incluso al interior de sus
propias filas, además con el paso del tiempo las diferencias y los matices de
las dos coaliciones enfrentadas en lo insubstancial, se fueron desdibujando,
las ideologías licuando en la ensalada posmoderna de lo que se ha dado en
llamar la política transversal, ahora da lo mismo los políticos de derecha que
los de izquierda puesto que lo que se discute son los detalles. La propia
concertación preparó con esto su derrota, quien mejor se maneja en esta atmósfera
populista y clientelar es la derecha y su triunfo sigue la lógica del ambiente
liviano y farandulero en que se ha transformado la cultura política chilena.
Tan es así que el candidato de la derecha Sebastián Piñera acaudalado
millonario se presentó con una estrategia que trabajó sutilmente la idea de que
era él la verdadera continuidad del progresismo de la presidenta. Ahora la
Señora Bachelet deja paso a la expresión política de los principales
beneficiarios del sistema que se ha instaurado en Chile, los grandes
empresarios y las empresas multinacionales.
Las buenas maneras del traspaso presidencial
refrendan esta disolución posmoderna de paradigmas. Como si en Chile no
existiera una diferencia abismal entre la mayoría de la población y la élite
dominante. Habla además de la tremenda hegemonía del pensamiento neoliberal en
Chile que ha llegado a convertir hasta a ciertos sectores socialistas en
obsecuentes defensores de la economía de mercado, incluso pudimos escuchar en la
primera vuelta de la campaña presidencial al candidato del Partido Comunista,
un socialista disidente de viejo cuño, decir que el mercado es un perfecto
asignador de recursos.
La astucia de la “concertación” consistió en
vestirse con ropa ajena, aunque se duda hoy que tuvieran una ropa propia, la
aceptación del neoliberalismo y las estructuras de reproducción política
dejadas por la dictadura, es la causa profunda de la derrota, a pesar que de
boca rechazaban el binominalismo, se acomodaron y en 20 años no las cambiaron,
la excusa de que la derecha se oponía revela la absoluta incapacidad política o
la anuencia cómplice de no romper definitivamente la institucionalidad
pinochetista. Quizás el aporte más significativo de la coalición saliente sea
el haber impuesto una especie de neoliberalismo social con inversiones en salud
y educación cuyo eje lo constituyó una red de protección social que impulsó en
el último período la presidenta Bachelet, además de una política de subsidios a
través de bonos a los sectores más empobrecidos, que ha instaurado un populismo
bonocrático que sumado al control mediático les ha permitido mantener
importantes niveles de adhesión.
En realidad el 80% de popularidad que exhibe la
presidenta Michel Bachelet es en gran medida una hechura mediática impulsada
por toda la izquierda, el centro y la derecha, esta popularidad no podía ser
transferible a su coalición porque la mitad de esa popularidad era generada por
la propia derecha que evaluaba positivamente a la presidenta socialista ya que
el manejo económico seguía la ortodoxia neoliberal con la cual el empresariado
chileno está más que satisfecho. Mientras en plena campaña presidencial el
gobierno se negó rotundamente a resarcir a los profesores de una deuda
previsional histórica dejada por la dictadura, derrotando una larga huelga de
los maestros, las cámaras empresariales no dejaban de elogiar la política
responsable de la presidenta.
El balance profundo de los 20 años de los
gobiernos concertacionistas no es para sentirse orgullosos. En un estudio
reciente realizado por la Escuela de Economía de la Universidad de Chile se dan
los siguientes datos: el 68% de los chilenos no tienen un contrato laboral
permanente, sino precarista, lo que habla de una tasa de explotación
impresionante. Otro 68% gana menos de 180.000 pesos mensuales ( menos de 360
dólares), que el 62% de los niños nacen sin familias constituidas; que el 46%
de los chilenos padecen de neurosis o depresión; que el 66% de ellos no lee
ningún libro al año; que la tasa de delincuencia permanece alta y si agregamos
que la represión al pueblo mapuche continúa y que los niveles de
distribución del ingreso son obscenos y explican el clasismo estructural de la
sociedad chilena vemos que la situación dista bastante de la imagen mediática
que presenta a Chile como caminando hacia el desarrollo.
En conclusión se cambiará de gobierno pero
no de modelo, habrá otros matices más regresivos por ser un gobierno de
derecha y la política internacional del nuevo gobierno se enfrentará con
los gobiernos progresistas de América Latina. El escenario próximo de la
coalición derrotada, cuyo principal partido es el Demócrata Cristiano, es de
una crisis profunda que la puede llevar a su ruptura definitiva, ya que sobre
todo este partido, el demócrata cristiano, no puede articular un proyecto
esencialmente distinto al de los derechistas triunfantes.
Una mirada desde el exterior al proceso chileno.-
Leonardo Ogaz A.
Amigo MPT – Quito Ecuador
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