El primer congreso del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) está convocado para el próximo noviembre y el proceso formal de discusión va a ser lanzado en los próximos días. El congreso se convoca en un momento de crisis del NPA, al punto en que no resulta posible prever la forma definitiva que tomará la discusión y los reagrupamientos y escisiones que van a producirse. La crisis es una crisis de retroceso, lejos de la dinámica anunciada en el congreso de fundación en febrero de 2009.
Se podría considerar, con razón, que estos acontecimientos son simplemente una nueva peripecia sin gran interés de una corriente histórica (la LCR y el Secretariado Unificado) que ha sobrevivido a su manera a muchas otras en el pasado. Sin embargo, conviene detenerse en la evolución de esta crisis porque el desarrollo del NPA plantea un conjunto de cuestiones importantes en relación con la evolución política del movimiento obrero.
El congreso de fundación del NPA tuvo lugar en febrero de 2009 y reunió a 600 delegados, que representaban supuestamente a algo más de 9.000 miembros. Hay que tener en cuenta que, desde el comienzo, el NPA fue una organización de adherentes y no de militantes y que sumó un conjunto muy heterogéneo de activistas y corrientes, desde ecologistas antipartido hasta grupos y militantes que se dicen del trotskismo. Ahora los miembros son entre 3.000 y 4.000.
Cada uno de los momentos políticos posteriores a la fundación dieron lugar a un retroceso y las cuestiones electorales siempre fueron centrales. Los buenos resultados de la presentación de Besancenot, como candidato de la LCR, en las presidenciales de 2007, contra el PC, los ecologistas y las corrientes difusas del antiliberalismo, fueron el origen de la creación del NPA. Los resultados mediocres de la elección europea en junio de 2009 pincharon la burbuja.
Los números en si no eran tan malos, pues el NPA obtuvo el 5%. Sin embargo, la campaña fue mala, los militantes y candidatos obreros y populares se apagaron, la presencia de los ecologistas se desdibujó y, sobre todo, el Frente de Izquierda (alianza del PC y del PG -Partido de Izquierda, escisión reciente del PS) registró más votos (6,3% contra 5). El nuevo partido no pudo justificar por qué no se presentaba en una alianza electoral con estas fuerzas de izquierda, y las explicaciones internas y externas fueron totalmente confusas (“queremos en realidad una alianza a largo plazo y no simplemente electoral”) o crudamente oportunistas (“vamos a sacar más votos y no vale la pena juntarse”).
En las elecciones regionales de marzo, el panorama fue mucho peor. El NPA obtuvo poco más del 3% y el Frente de Izquierda cerca del 6. Pero no es lo más importante. El NPA se presentó dividido y después de seis meses de penosas discusiones «unitarias», se intervino con la convicción de que el acuerdo era la única estrategia política posible, disolviendo así toda justificación a la existencia del NPA salvo como fuerza de presión de la izquierda tradicional.
Más aún. En forma vergonzante, la dirección se vio obligada a presentar listas propias del NPA. Sin embargo, en diferentes regiones (la elección en cada una de las 26 circunscripciones se hace con listas regionales) las estructuras del partido resolvieron presentarse con el PF y también con el Frente de Izquierda en su conjunto. La dirección perdió toda autoridad y quedó sancionada una dislocación política y de intervención.
En el cuadro de esta confusión, centenas de adherentes se fueron del NPA: feministas y laicistas, ecologistas y partidarios de la unidad de la izquierda, antiliberales y autonomistas, y también militantes obreros, de la juventud y de los barrios.
Los resultados electorales, a diferencia de las europeas, fueron favorables al PS.
Profundizaron la crisis de dominación política de la burguesía en esta etapa de dislocación del capitalismo. La izquierda es otra vez una alternativa electoral victoriosa para 2012 y los componentes del Frente de Izquierda preparan ya un nuevo matrimonio. El NPA se ha quedado en cambio en la puerta y mal vestido para la fiesta.
Detrás de esta secuencia, tenemos que observar el telón de fondo. Hay que situarla en el cuadro de la crisis mundial. En Francia la crisis es general y particularmente europea, disloca la moneda y el aparato del Estado, con las finanzas públicas en quiebra, además, es política. La catástrofe para la población se extiende y abarca todas las esferas, desde la ocupación y el salario hasta la vivienda. Por ahora, el gobierno está aplicando el programa capitalista a saltos y cuenta con el diálogo y la colaboración de las direcciones sindicales y políticas de la izquierda.
Cuando Trotsky discutía sobre las reacciones del movimiento obrero francés ante la crisis de los años 30, insistía en la necesidad de comprender la profundidad de la brecha entre las condiciones objetivas de revuelta que genera la crisis y los factores subjetivos: el Partido Comunista se había convertido por completo en un «aparato para la conservación social del capitalismo» y el Frente Popular era «el freno más importante que impide la canalización de la corriente revolucionaria de masas».
Ese papel de aparato y de freno lo cumplen ahora las direcciones de los sindicatos, con la CGT en un lugar central. Lo mostraron con su política de diálogo con el gobierno ante el primer episodio de la crisis en 2009 y lo están mostrando ahora con la negociación sobre la jubilación.
El anticapitalismo exige un desarrollo político preciso para existir. Por ahora, el NPA está teniendo un desarrollo opuesto. Las corrientes y militantes combativos deben comprender esta alternativa y orientar su intervención en ese sentido. Es el dilema que está planteado.
Roberto Gramar
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